Lo que llamamos acto vital es en realidad un acto imaginario.
Puserwarden. (L. Durrell. Cuarteto de Alejandría.)
Dormida,
día a día
balanceado
mi cuerpo insomne
como
la sombra opaca de los árboles
hacedora
de otoño, hallada
tristeza
bajo tu risa sonora
donde
una pregunta asciende
hasta el lejano latido
de mi corazón.
Amanece.
El sol es todavía como la sombra de un sueño, leve, casi transparente, una
paleta de colores pastel iluminando los edificios, sutil como una caricia
todavía insegura, en la que no se puede presentir la pasión abrasadora de un sol
de Agosto, aquí en Extremadura. Presenciar este acontecimiento milagroso que se
repite sin falta todos los días, cada vez el mismo, cada vez distinto, compensa
con creces el esfuerzo de salir de la cama demasiado pronto. A esta hora el
silencio es revelador, proclama tan claramente la presencia de la vida, que no
existe lugar para la soledad.
A
esta hora, contemplando el amanecer, pienso en la distancia que separa el
tiempo vivido interiormente y el tiempo vivido hacia fuera. El tiempo del alma
y el tiempo de los calendarios. La propia noción de tiempo deviene en
movimiento, ya que avanza, sin tregua ni compasión, incluso cuando su aparente
quietud llega a desesperarme. Ese movimiento interior, construido a base de
pequeños pasos, pasos imperceptibles como sombras que se esconden en la sombra,
de repente se revela con una luz nueva, una luz propia, que parece surgir de la
nada, como el amanecer, pero que está conectada al camino, a los pasos invisibles,
a los días de espera y desesperación, como una encina lo está a la semilla de
la que procede, al brote inseguro y frágil que una vez logró romper la roca, y
avanzar hacia el cielo. Un tiempo interior dilatado, vivido con intensidad, a
veces masticado como un trozo de madera, que se presencia de pronto para
iluminar una comprensión cenital, que justifica también todo lo anterior. Una
transformación del mundo, continua e incansable, que me lleva, como a la
encina, a surgir de la roca, y dejar atrás la fragilidad y la inseguridad de
quien no conoce su eterno potencial de vida.
Sumerge
los deseos en el agua gélida,
hasta que dejen de latir.
hasta que dejen de latir.
Echa
las preguntas al fuego,
que ardan como el pasto del olvido,
que ardan como el pasto del olvido,
avivadas
por este viento inclemente,
hasta
que no quede de ellas
ni el más frágil recuerdo.
ni el más frágil recuerdo.
Entonces,
tal vez entonces,
alguna
puerta se abrirá,
y podrás escapar del desierto.
y podrás escapar del desierto.
Estoy
fotografiando este día a día en los objetos. En la soledad de los espacios. En
la eterna e imperturbable mirada de los geranios y las adelfas. Lo hago para
registrar una espera, tal vez un espejismo. Como muestra de que estuve aquí, y
que fui observadora del imperceptible paso del tiempo. En las fotos los objetos
hablan de mi, y de todas las esperanzas que poco a poco se disuelven, como
motas de polvo en la luz, como hojas que no tardan en ser manto de la tierra,
habitantes del ciclo. Esperanzas perdidas que emergen como nuevas esperanzas.
Días que devienen en noches; noches que se enredan entre imágenes enajenadas,
que sin embargo trascriben con cierta lucidez los significados del tiempo. Y
todo por encontrar una respuesta imposible, una justificación que reclame la
cordura, que al fin revele esta verdad ahora tan solo presentida. Me juego la vida,
la alegría, o aquellas cosas necesitadas desde siempre. Y también el alimento
del cuerpo, la serenidad del corazón, el equilibrio de la mente. Me juego la
vida aunque el peligro no sea mortal como el filo de un cuchillo, como una bala
disparada contra el corazón.
Cartografías
del caos: poemas de la perplejidad. Poemas frágiles como una mente desquiciada
y lúcida a la vez. Poemas de manicómio. Quiero pintar contra la realidad, la
realidad que viola la inocencia más íntima, la capacidad de tener fe. Pintar
contra el tiempo que erosiona todos los sueños. Y crear un mundo propio donde
existir, con mis propios símbolos, mis propios rituales y objetos de
referencia. Un micro mundo artificial que respire al margen de mis pulmones. El
cuerpo como presencia física que no puede desligarse de sus mórbidas
necesidades. El corazón como puerta. La mente en silencio. Siempre he anhelado
crear mi propio mundo, no sólo para poseer un lugar donde existir, un lugar al
que llamar casa o familia, sino para poseer un lenguaje, un conjunto de
símbolos de suficiente profundidad como para llegar a alguna clase de
comunicación con otros.
Voy de vuelta hacia el silencio
con
la manos manchadas,
y
la sonrisa que medita en mi interior
resquebraja
las paredes blancas
como
bodas insomnes,
descubre
bajo la cal
pupilas
tan verdes como algas
germina
una espiral en mi vientre
junto
al té amargo
consume
el dulce licor de las manzanas.
La palabra del poema revierte en mi
al
final del día,
abre una puerta en los espejos
que
conduce a mis sueños.
De
Cavafis a Durrell a través de la ciudad. Reflexiono sobre el concepto de hogar,
de ubicación, el lugar interior que sea aquí, ahora. Hogar, ciudad, familia, un
lugar al que pertenecer por encima de todos: para mi este lugar es la poesía,
ciertos libros, ciertos autores, mis manos manchadas, mi cuerpo dolorido
después de largas horas de pintar contra la muerte. Es sin ninguna duda la
amistad.
Dentro
de la realidad se esconde otra realidad: Pequeñas cosmologías del subsuelo,
mundos enteros, llanuras, montañas, y astros lejanos con forma de dioses
indios, encinares que tienden sus brazos en el suelo, y fecundan la oscuridad
del vientre en sus raíces; las enormes cosmologías del cielo, las nubes obesas
y las ligeras, y aquellas del monte que juntas parecen una boca que lame a los
pájaros; cosmologías del agua, verdadera esencia del pez, oscuras y veladas como preguntas que se callan.
La cuestión de la ubicación. Reformulo la pregunta: ¿en donde? debe transformarse en ¿a donde? ¿hacia donde?. Existo sometida al impulso de continuar, buscando incansablemente, sin detenerme nunca en ningún sitio. Existo en una continua desintegración , habitando lugares transitorios, los del propio acto creativo, siempre atraída hacia donde el abismo amenaza con despeñarse. Y lo que busco es precisamente un lugar donde mi cuerpo pueda fundirse con el paisaje, encajar como las piezas de un puzzle, sin que sobre una mano o una pierna.
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